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miércoles, 7 de marzo de 2012

Los primeros auxilios psicológicos

Foto: DyN
LA CONTENCION A LOS FAMILIARES DE LAS VICTIMAS DE LA TRAGEDIA DE ONCE
Autoras/es: Pedro Lipcovich
Un grupo de psicólogos actuó durante la contingencia para acompañar a las personas que se enteraban de que sus familiares habían muerto. El coordinador del equipo del Ministerio de Salud nacional explica cómo fue esa dura tarea. Las diferencias con Cromañón.
(Fecha original del artículo: Marzo 2012)
“Mientras los familiares esperaban, en la vereda de la morgue, a que llegaran las fotos del cadáver de su ser querido, nosotros estábamos junto a ellos, les hablábamos, les dábamos la mano, los abrazábamos: un acercamiento comprensivo, respetuoso y solidario.” Así recuerda su trabajo, en la tarde y la noche del choque de trenes, uno de los psicólogos que protagonizaron esa misión que conjugó equipos de salud mental de la Nación y de la ciudad de Buenos Aires. Ricardo Rubén Galliani –coordinador del grupo de profesionales de la Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones del Ministerio de Salud de la Nación– contó esta experiencia de “primeros auxilios psicológicos”, durante la espera y, después, en el momento terrible de reconocer la fotografía
–El miércoles 22 a la mañana, minutos después del accidente, nos llamaron desde el Ministerio de Salud. Fuimos primero a plaza Once, pero allí no ingresamos a la zona de rescate y traslado de heridos, para no entorpecer el trabajo de bomberos, policía y el SAME. Poco después de mediodía nos pidieron que fuéramos a la Morgue Judicial. Allí sí, empezamos a atender a las personas que buscaban a sus familiares. Llevábamos dos camiones con trailers donde hay instalados consultorios. Nos organizamos en equipos, cada uno integrado por una médica psiquiatra, tres psicólogos y un asistente social. En el lugar también había médicos y psicólogos del SAME, del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, de la Secretaría de Derechos Humanos e incluso una abogada de Atención a la Víctima de la Ciudad de Buenos Aires, que se ocupó en especial de asesorar a los extranjeros. Hubo mucha articulación y buena colaboración entre todos.
–¿Cómo fue la tarea?
–Hicimos lo que se llama “primeros auxilios psicológicos”: atención y acompañamiento a las personas que, en la búsqueda de sus familiares, pasaban por momentos de intenso dolor. En esas situaciones, lo primero es determinar el grado de vulnerabilidad de la persona: no sólo por el grado de exposición a la catástrofe, sino por el grado de acompañamiento que tenga; no es lo mismo la persona que llega rodeada por su grupo familiar que la que llega aislada, sin ningún sostén. Así como en la parte física se hace un triage, una clasificación según la gravedad del cuadro, también en salud mental hay un triage: si hubiéramos encontrado una persona en estado de gran vulnerabilidad psíquica, inmediatamente habríamos dado cuenta al SAME psiquiátrico, orientado a una atención de otro tipo. Pero en este caso no encontramos más que personas muy dolidas, afligidas por la muerte de sus familiares. En general llegaban varios integrantes de la familia, a veces también con amigos.
–¿Cómo se habían dispuesto para recibirlos?
–Estábamos en la vereda de la morgue: nos acercábamos a los familiares que llegaban, nos poníamos a conversar, los invitábamos a ir al trailer, donde les ofrecíamos acompañamiento y contención. En los trailers disponíamos de seis consultorios. Pusimos incluso sillas en la vereda, contábamos con agua, café, pañuelos de papel, esas cosas que sirven para darle a la gente una sensación de mayor protección y seguridad. Muchas familias estaban en estado de estupor, tratando de entender lo que estaba pasando. Primero, se trataba de ayudarlos a admitir que era posible que su familiar estuviera ahí y advertirles que las condiciones en que lo encontrarían probablemente fuesen muy distintas de aquellas en las que lo recordaban. La identificación se hace con una fotografía del cadáver. Primero los familiares tenían que llenar una planilla con sus datos y los de la persona a quien buscaban; se anotaban todas las características del buscado, si tenía lunares, cirugías, tatuajes, piercings, todo lo que pudiera ayudar a identificarlo. Cumplido esto, entrábamos en la morgue para ver si había un listado o novedad. Pasó mucho tiempo hasta que estuvieron disponibles las primeras fotografías de los cadáveres que se hallaban en la morgue, hubo que esperar muchas horas.
–¿Cómo procedían ustedes durante esa espera?
–Se contenía a las personas, acompañándolas. A las familias emocionalmente más organizadas les decíamos que se fueran y volvieran en unas horas, pero en general las conteníamos manteniéndolas en los consultorios del trailer o en las sillas que teníamos en la vereda. Estábamos junto a ellos, hablábamos con ellos; si era el caso, abrazábamos o dábamos la mano; todo lo que implica un acercamiento comprensivo, respetuoso y solidario.
–¿Y después, cuando llegaron las fotos?
–Cuando los familiares entraban para reconocer las fotografías, psicólogos del Ministerio de Salud o del SAME los acompañaban a una distancia prudencial, de modo que el acto de reconocimiento fuera algo privado, pero permaneciendo cerca, por si era necesario ayudarlos. Me cuesta recordar o prefiero no recordar en este momento casos en particular. Al estar tanto tiempo trabajando con personas bajo intenso sufrimiento, nosotros también hemos pasado por situaciones de mucho dolor. Por eso establecimos un sistema de relevos, para reemplazar cada cuatro, cinco o a lo sumo seis horas los grupos de trabajo por otros frescos. En mi caso, como se me adjudicó la responsabilidad de la coordinación, trabajé más tiempo, muchas horas.
–¿Cómo resumiría el trabajo realizado?
–Es un trabajo de comprensión de lo acontecido, sin entrar en ningún tipo de caracterización psicopatológica; una intervención, digamos, desmedicalizada y despsicopatologizada. Hay que advertir que las personas en situación de catástrofe pueden manifestar síntomas que, en tal situación, no son patológicos, desde la angustia y la irritabilidad hasta los flashbacks. En este caso, no se dieron situaciones difíciles de manejar. He estado en otras situaciones de este orden, por ejemplo en Cromañón: en aquel caso hubo situaciones de mucho desborde emocional en familias y amigos. En este caso, no hubo situaciones de gran desborde y sólo se trató de acompañamiento, presencia; estar con ellos para ayudarlos a descargar emocionalmente. No encuentro una razón específica para esta diferencia. En términos generales, cuando se trata de catástrofes de origen natural, inundaciones, terremotos, aunque la gente resulte muy afectada, hay una especie de comprensión de que es una fatalidad, producto de la naturaleza. Las reacciones son mucho más intensas cuando se trata de catástrofes provocadas por el hombre, como los actos terroristas u otros que, obedeciendo a desidia o a otras cuestiones, pudieran haberse evitado; donde hay un compromiso de responsabilidad humana.

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