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miércoles, 20 de julio de 2011

LA MADRE (I-16). Máximo Gorki

Autoras/es: Máximo Gorki
- ¿Sabe lo que he hecho hoy? -exclamó la madre.
Y con apresuramiento, atropellándose de placer y exagerando un poquito, le contó cómo había llevado a la fábrica las hojas y folletos.
Al principio, Andréi abrió mucho los ojos, lleno de asombro; luego, soltó la carcajada, extendió las piernas, tamborileó con los dedos en la cabeza y exclamó jubiloso:
- ¡Oh! ¡Vaya, eso no es ninguna broma! ¡Es un asunto serio! ¡Lo contento que se va a poner Pável! ¿Eh? ¡Ha hecho usted una buena obra, madrecita! ¡Una obra buena para Pável y para todos!
Entusiasmado, chasqueaba los dedos, silbaba, balanceábase todo él, radiante de alegría, encontrando en el alma de la madre un eco potente y pleno.
- ¡Andriusha, querido mío! -comenzó a decir, como si se le hubiera abierto el corazón y brotasen de él, saltarinas, igual que un arroyuelo, las palabras, llenas de apacible alegría-. He pensado en mi vida ... ¡Señor mío Jesucristo! ¿Para qué vivía? Golpes ... trabajo ... ¡no veía a nadie más que al marido, no conocía nada más que el miedo! Tampoco veía cómo Pável iba creciendo. ¿Le quería yo en vida del marido? ¡No lo sé! Todas mis preocupaciones, todos mis afanes se reducían a una sola cosa: dar de comer a aquella fiera, a su gusto, hasta hartarla; satisfacerle a tiempo para que no se pusiese sombrío y no me atemorizara con sus golpes, para que se compadeciese de mí una vez siquiera. No recuerdo que lo hiciese nunca. Me pegaba como si, en lugar de a su mujer, golpeara a todos aquellos contra quienes estaba irritado ...
(Fecha original: 1907)


Por la noche, cuando estaba tomando té, oyóse fuera chapotear en el barro las herraduras de un caballo y el resonar de una voz conocida. La madre se levantó de un salto y se lanzó a la cocina, en dirección a la puerta. Alguien avanzaba rápidamente por el zaguán. A la madre se le nublaron los ojos; apoyóse en el quicio y empujó la puerta con el pie.
- ¡Buenas noches, madrecita! -resonó una voz conocida, al tiempo que unas manos secas y largas se apoyaban en sus hombros.
A un tiempo brotaron en su corazón la pena del desencanto y la alegría de ver a Andréi. Brotaron y se fundieron en un solo y grande sentimiento que, abrasador, la envolvió como una ola caliente y la levantó para arrojarla sobre el pecho de Andréi. Éste la abrazó con fuerza, sus manos temblaban. La madre lloraba en silencio. Él le acariciaba los cabellos y le decía, como cantando:
- ¡No llore, madrecita, no se lacere el corazón! ¡Palabra de honor que pronto le dejarán libre! No tienen ninguna prueba contra él, y los muchachos callan como pescados fritos ...
Echándole a la madre el brazo por el hombro, la condujo a la habitación, y ella, apretándose contra él, se enjugó las lágrimas con rapidez de ardilla y, ávidamente, con todo el pecho, aspiraba sus palabras.
- Pável le manda sus saludos. Está bien y todo lo alegre que puede estar. ¡Allí no se cabe! Han detenido a más de cien personas, entre los nuestros y los de la ciudad; en cada celda meten a tres o cuatro hombres. Los jefes de la cárcel no son malos: son buena gente y están cansados; ¡esos demonios de gendarmes les han dado tanto quehacer...! Por eso no son muy severos, no hacen más que decir: ¡Calma, señores, no nos creen conflictos! Y así, todo marcha bien. Se puede conversar, intercambiar libros, repartirse la comida. ¡Buena cárcel! Es vieja y sucia, pero la vida en ella no resulta dura ni insoportable. Los presos comunes también son gente buena y nos prestan muchos servicios. Han soltado a Bukin, a mí y a otros cuatro más. Y pronto pondrán en libertad a Pável, ¡eso es más que seguro! El que va a estar más tiempo es Vesovschikov, porque están irritadísimos contra él. ¡No hace más que insultarlos a todos continuamente! Los gendarmes no le pueden ver. Acabarán por procesarle, si es que no le dan algún día una buena zurra. Pável trata de convencerle: ¡Cállate, Nikolái! ¡No se van a volver mejores con tus insultos! Y él brama: ¡Arrancaré de la tierra esta carroña! Pável se comporta bien, se mantiene sereno, fIrme. Pronto le soltarán, se lo digo yo ...
- ¡Pronto! -dijo la madre tranquilizada y sonriendo cariñosamente-. ¡Sé que pronto!
- ¡Y está muy bien que usted lo sepa! Bueno, écheme té y cuénteme cómo ha pasado estos días.
La miraba, sonriendo todo él, tan bondadoso, tan íntimo; en los ojos redondos de Vlásova brilló una amorosa chispa, un poco triste.
- ¡Le quiero mucho, Andriusha! -dijo la madre, luego de un profundo suspiro, mirando su rostro demacrado, cómicamente cubierto de oscuros mechoncillos de pelo.
- Con un poco me bastaría ... Ya sé que me quiere, es usted capaz de querer a todos. ¡Tiene usted un corazón muy grande! -repuso el jojol, balanceándose en la silla.
- ¡No, a usted le quiero más que a los otros! -insistió ella-. Si tuviera usted madre, la gente la envidiaría por tener un hijo así ...
El jojol meneó la cabeza y se la frotó vigorosamente con ambas manos.
- En alguna parte, yo también tengo madre ... -dijo en voz baja.
- ¿Sabe lo que he hecho hoy? -exclamó la madre.
Y con apresuramiento, atropellándose de placer y exagerando un poquito, le contó cómo había llevado a la fábrica las hojas y folletos.
Al principio, Andréi abrió mucho los ojos, lleno de asombro; luego, soltó la carcajada, extendió las piernas, tamborileó con los dedos en la cabeza y exclamó jubiloso:
- ¡Oh! ¡Vaya, eso no es ninguna broma! ¡Es un asunto serio! ¡Lo contento que se va a poner Pável! ¿Eh? ¡Ha hecho usted una buena obra, madrecita! ¡Una obra buena para Pável y para todos!
Entusiasmado, chasqueaba los dedos, silbaba, balanceábase todo él, radiante de alegría, encontrando en el alma de la madre un eco potente y pleno.
- ¡Andriusha, querido mío! -comenzó a decir, como si se le hubiera abierto el corazón y brotasen de él, saltarinas, igual que un arroyuelo, las palabras, llenas de apacible alegría-. He pensado en mi vida ... ¡Señor mío Jesucristo! ¿Para qué vivía? Golpes ... trabajo ... ¡no veía a nadie más que al marido, no conocía nada más que el miedo! Tampoco veía cómo Pável iba creciendo. ¿Le quería yo en vida del marido? ¡No lo sé! Todas mis preocupaciones, todos mis afanes se reducían a una sola cosa: dar de comer a aquella fiera, a su gusto, hasta hartarla; satisfacerle a tiempo para que no se pusiese sombrío y no me atemorizara con sus golpes, para que se compadeciese de mí una vez siquiera. No recuerdo que lo hiciese nunca. Me pegaba como si, en lugar de a su mujer, golpeara a todos aquellos contra quienes estaba irritado ... Veinte años viví así; de lo que ocurrió antes de mi matrimonio, no recuerdo. Hago memoria y nada veo, como una ciega. Ha estado aquí Egor Ivánovich; somos de la misma aldea, él ha hablado de esto y de lo otro; recuerdo las cosas, recuerdo las personas, pero cómo vivía la gente, de qué hablaban, qué le ocurrió a este o aquel, ¡lo he olvidado! Recuerdo los incendios, dos incendios ... Al parecer todo me lo habían arrancado, tenía el alma cerrada a piedra y lodo, se me había vuelto ciega y sorda ...
Tomó aliento y respirando ávidamente, como el pez sacado del agua, se inclinó y continuó, bajando la voz:
- Murió mi marido, y yo me aferré al hijo; empezó él a ocuparse de estos asuntos. Entonces sentí pesar, me daba lástima de él ... Si él se perdía, ¿cómo iba a vivir yo? ¡La de temores y angustias que he pasado...! El corazón se me desgarraba al pensar en su suerte ...
Guardó silencio, movió suavemente la cabeza y prosiguió con gravedad:
- Nuestro amor, el de las mujeres, ¡no es puro...! Queremos lo que necesitamos. En cambio, yo veo que usted echa de menos a su madre, y ¿para qué la necesita? Y todos los demás que sufren por el pueblo, que van a la cárcel, que son deportados a Siberia, que mueren ... Esas muchachitas que caminan solas por la noche, por el barro, bajo la nieve y la lluvia, y que andan siete verstas para venir desde la ciudad aquí. ¿Quién las mueve? ¿Quién las empuja? ¡Aman! ¡Ese sí que es amor puro! ¡Tienen fe! ¡Tienen fe, Andriusha! En cambio yo no puedo querer así. Yo quiero lo que es mío, ¡lo que me es cercano!
- ¡Puede usted! -dijo el jojol, volviendo la cara y frotándose con las manos, como de costumbre, cabeza, mejillas y ojos-. Todos quieren lo que les es cercano, pero un corazón grande tiene cerca hasta lo que está lejos. Usted puede querer mucho. Su cariño materno es inmenso ...
- ¡Permítalo Dios! -repuso ella en voz queda-. ¡Me doy cuenta de que es bueno vivir de este modo! A usted, por ejemplo, le quiero, quizá más que a Pável ... ¡Él es tan reservado...! Mire usted, quiere casarse con Sáshenka, y a mí, que soy su madre, no me ha dicho nada ...
- ¡No es cierto! -replicó el jojol-. Yo lo sé. ¡No es cierto! Él la ama, y ella a él, es verdad. Pero, ¡no se casarán, no! Ella querría, pero Pável no quiere ...
- ¡Qué cosas...! -dijo la madre en voz baja, pensativa, y sus ojos miraron a Andréi con tristeza-. ¡Qué cosas...! La gente renuncia a sí misma ...
- ¡Pável es un hombre extraordinario! -dijo quedo el jojol-. Es un hombre de hierro.
- Y ahora, ya ve usted, ¡está en la cárcel! -continuó la. madre, sumida en sus pensamientos-. Esto causa inquietud, da miedo; pero ya no es como antes ... La vida no es ya la misma, y el miedo es diferente, la inquietud es por todos. Mi corazón es otro, mi alma ha abierto los ojos; mira, y ve con alegría y con tristeza. Muchas cosas hay que no entiendo, y es doloroso y amargo para mí el que no creáis en Dios nuestro Señor ... Pero, ¡qué le vamos a hacer! Sin embargo, veo que sois gente buena, ¡ buena! Os habéis consagrado a una vida penosa para servir al pueblo, para propagar la verdad. Comprendo también vuestra verdad; mientras haya ricos, el pueblo no conseguira nada: ni la verdad, ni la alegría, ni nada ... Ahora vivo entre vosotros; a veces, por la noche, me pongo a recordar el pasado, mi fuerza pisoteada, mi joven corazón lacerado, y siento una amarga compasión de mí misma. Pero, a pesar de todo, mi vida se ha vuelto mejor. Me veo más a mí misma ...
El jojol se levantó y, tratando de no hacer ruido con los pies, empezó a pasear por la habitación; alto, seco, pensativo.
- ¡Ha dicho usted muy bien! -exclamó en voz baja-. ¡Muy bien! Había en Kerch un muchacho hebreo que hacía versos, y un día compuso unos que decían:
Y a los asesinados sin culpa
¡les resucitará la fuerza de la verdad ...!
- A él mismo le asesinó la policía, allá en Kerch; pero, ¡eso no tiene importancia! Él conocía la verdad y la fue sembrando con abundancia entre las gentes ... Así es usted también ..., una persona asesinada sin culpa.
- Cuando hablo yo ahora -prosiguió la madre-, cuando hablo, me escucho, y no me creo a mí misma. Durante toda mi vida no pensaba más que en una sola cosa: cómo esquivar el día, vivirlo procurando que pasase inadvertido, sin dejar huella. Pero ahora pienso en todos; puede que yo no comprenda vuestras cosas, pero todos sois personas cercanas a mí, me da lástima de todos, a todos os deseo bien, y a usted, Andriusha, sobre todo.
Él se acercó a ella y le dijo:
- ¡Gracias!
Y tomando la mano de la madre entre las suyas, la estrechó con fuerza, la sacudió y volvióse con rapidez hacia otro lado. Fatigada por la emoción, la madre iba fregando las tazas sin apresurarse, en silencio, y un sentimiento alentador le caldeaba suavemente el corazón.
El jojol, paseando, le dijo:
- Usted, madrecita, debería mostrarse cariñosa con Vesovschikov alguna vez que otra. Su padre está también en la cárcel. Es malito el tal vejete. Cuando Nikolái le ve desde la ventana, le insulta. ¡No está bien eso! Nikolái es buen muchacho; le gustan los perros, los ratones y cualquier bicho viviente; pero en cambio no quiere a los hombres. ¡Hasta qué extremo se puede deformar a un ser humano!
- Su madre desapareció sin dejar rastro; su padre es borracho y ladrón -dijo, pensativa, Vlásova.
Al irse Andréi a acostar, la madre, sin que él lo notara, le hizo la señal de la cruz, y media hora después, cuando ya estaba él en el lecho, le preguntó bajito:
- ¿No duerme, Andriusha?
- No, ¿qué quería decirme?
- ¡Buenas noches!
- ¡Gracias, madrecita, gracias! -contestó él con gratitud.

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