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lunes, 22 de agosto de 2011

LUCHADORAS, Historias de mujeres que hicieron historia. II. Internacionalistas

Autoras/es: Andrea D’Atri (ed.), Bárbara Funes, Ana López, Jimena Mendoza, Celeste Murillo, Virginia Andrea Peña, Adela Reck , Malena Vidal, Gabriela Vino, Verónica Zaldívar
(Fecha original: Abril 2006)

II: Internacionalistas
Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo son las mujeres cuyas historias incluimos en este capítulo bajo el adjetivo de “internacionalistas”; aunque también hubiéramos podido recordar aquí a Inés Armand, Nadezhda Krupskaia y otras. Las llamamos así porque se mantuvieron fieles al inter­nacionalismo proletario, idea-fuerza que sostiene que la lucha que llevan adelante los obreros no puede circunscribirse a los límites políticos de los países, porque los trabajadores del mundo entero comparten la condición de ser las víctimas de la explotación capitalista. Esta es la razón por la cual el mismo Manifiesto Comunista, redactado por Marx y Engels, culmina con la consigna “Proletarios del mundo, ¡uníos!”


A principios del siglo XX, la situación política alemana se había mo­dificado en forma notable: el país unificado bajo la monarquía prusiana se expandía económica, industrial y comercialmente; Inglaterra había vivido ya esa eclosión, veinte años antes. A medida que las bases económicas del país se expandían, el movimiento obrero se nutría de nueva vida y energía, encauzadas en nacientes expresiones de organización. Por ello, el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) había crecido notablemente en los últimos años del siglo XIX, especialmente después de que el gobierno lo hubiera proscripto por contrariar el orden capitalista y enfrentar los intereses de los terratenientes y la burguesía industrial.

Así como el Manifiesto Comunista fue la anticipación teórica del movimiento obrero moderno, la I° Internacional fue una anticipación práctica de las asociaciones obreras mundiales. El puente histórico entre esa Internacional de la anticipación y la que fuera denominada la de la acción, la IIIº Internacional, fue la II° Internacional, la de la organización, porque puso de pie a amplias masas de trabajadores en numerosos países, los organizó en sindicatos y partidos políticos obreros y preparó el terreno para el movimiento obrero masivo independiente. El punto más alto del desarrollo de la II° Internacional fue el Congreso de Amsterdam, en 1904. Allí estuvieron presentes cuatrocientos cuarenta y cuatro delegados, el mayor y más cohesionado grupo de representantes de movimientos socialistas que se hubiera dado hasta el momento. Este Congreso y la Revolución Rusa de 1905 se consideran los momentos culminantes del espíritu revolucionario en la historia de esta organización internacional.

Durante este período, las mujeres se incorporaron masivamente a la producción, porque los varones estaban en los campos de batalla. Su situación era insoportable: extenuantes jornadas de trabajo prolongadas con las tareas domésticas, búsqueda en el mercado negro de los alimentos, todo lo cual resintió la salud de las mujeres aumentando los índices de mortalidad femenina. Las neurosis y las enfermedades mentales se propagaron como consecuencia de estas privaciones, del agotamiento y la angustia. Enton­ces, ellas reaccionaron. Estallaron violentos motines contra la guerra y la inflación, atacaron almacenes, desvalijaron depósitos de carbón, inclusive llegaron a tirarse en las vías del ferrocarril para retrasar la salida de los vagones atiborrados de soldados.1

Corría la aciaga segunda década del siglo XX. Europa se preparaba para una guerra que se esperaba que fuera corta. En Inglaterra, estaba surgiendo el movimiento sufragista2 encabezado por mujeres de las clases acomoda­das, mientras en Alemania, la izquierda intentaba incorporar a sus filas a las mujeres proletarias, organizaba congresos internacionales de mujeres socialistas y propugnaba el derecho al voto –a veces, incluso, soportando el antagonismo de algunos dirigentes socialdemócratas–.

Clara y Rosa, coetáneas y amigas, estuvieron unidas en sus afanes políticos, compartieron los avatares cotidianos de la lucha que las herma­naba y se enfrentaron, junto a un puñado de revolucionarios, a la traición del SPD, negándose a suscribir los “créditos” cuando Alemania declaró la guerra en 1914.3

Cuando el SPD degeneró, aprobando la participación en una guerra en la que millones de obreros tuvieron que enfrentarse en las trincheras, rompiendo la unidad internacional de la clase en una conflagración donde las burguesías imperialistas se jugaban sus propios intereses, estas dos grandes mujeres se mantuvieron fieles a los principios del internacionalismo proletario. “La guerra imperialista mundial de 1914-1918 fue el más claro índice de que el modo de producción capitalista se había convertido en una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas, y que las condiciones para la victoria de la revolución proletaria habían madurado. Sin embar­go, la II° Internacional, cuya burocracia se había adaptado a la sociedad burguesa durante el largo período de la expansión capitalista, traicionó los intereses del proletariado en el momento decisivo al estallar al guerra, y tomó la posición de defender la patria, es decir, de defender las fronteras del estado nacional burgués, el cual –junto con el sistema de propiedad privada– se había convertido en un obstáculo para el mayor desarrollo de las fuerzas productivas.” 4

En 1915, Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo preparan juntas una con­ferencia internacional de mujeres socialistas, junto a las bolcheviques rusas, en la ciudad suiza de Berna. De allí sale la célebre consigna “Guerra a la guerra”. El derrotero de ambas, en su lucha por la revolución socialista, se ve reflejado en estas páginas.



1 Ver Pan y rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo, de Andrea D’Atri.

2 En el que se destacaron las Pankhurst, madre y dos hijas, quienes encabezaron una manifestación callejera por el centro de Londres de cuatrocientos mil personas apoyando ese pedido. Es interesante la vida de esta familia porque muestra las divergencias de las creencias y convicciones que las animaban. Si bien empezaron las tres juntas en la Unión Social y Política de las Mujeres y la publicación de un periódico, muy pronto, la menor de las hijas, Sylvia no estuvo de acuerdo con el fuerte apoyo que dicha Unión dio al gobierno británico en la guerra imperialista de 1914. Finalmente, adhirió a las ideas de Lenin y se integró al Partido Comunista.

3 En la Primera Guerra Mundial, la mayoría de los diputados de la socialdemocracia apoyaron los créditos de guerra en sus respectivos parlamentos, avalando la carnicería 71 humana capitalista que llevó al enfrentamiento entre los trabajadores de los distintos países. Ver Rosa Luxemburgo en este capítulo.

4 “La evolución de la Comintern”, documento escrito para la primera Conferencia Inter­nacional pro IV° Internacional, reunida en julio de 1936, en Las tres primeras internacio­nales. Su historia y sus lecciones, de George Novack, Dave Frankel y Fred Feldman.  

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