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viernes, 19 de agosto de 2011

LUCHADORAS... I: Pioneras: Louise Michel

Autoras/es: Andrea D’Atri (ed.), Bárbara Funes, Ana López, Jimena Mendoza, Celeste Murillo, Virginia Andrea Peña, Adela Reck , Malena Vidal, Gabriela Vino, Verónica Zaldívar
(Fecha original: Abril 2006)


I: Pioneras: Louise Michel
“La revolución social es el más vivo de mis deseos; más aún, me honro en ser
uno de los promotores de la Comuna.” 1
Louise Michel
Louise Michel fue una luchadora francesa, que no sólo defendió la causa de la Comuna de París, con encendidos discursos y desbordante pa­sión, sino también con las armas en la mano. Cursó estudios secundarios en Chaumont, obteniendo el título de maestra. Ya en la ceremonia de gra­duación, evidenció su personalidad desafiante y temeraria negándose a jurar fidelidad al Imperio napoleónico, lo que la obligó a fundar una escuela libre –inspirada en ideas radicales, republicanas y anti-eclesiásticas– para poder ejercer su profesión. El gran poeta Víctor Hugo fue su maestro y consejero, ejerciendo gran influencia sobre ella.
Su vida fue muy activa: mientras colaboraba en periódicos opositores, seguía cursos nocturnos, frecuentaba reuniones en los centros clandestinos de los comunistas y, además, era poeta. Una de sus más elocuentes poesías, escrita en aquel 1871 de la Comuna de París, dice así:
Cuando la multitud hoy muda,
ruja como el océano,
dispuesta a morir,
la Comuna surgirá.
Volveremos, multitud sin número,
vendremos por todos los caminos,
espectros vengadores saliendo de la sombra,
vendremos estrechándonos las manos.
La muerte llevará el pendón;
la bandera negra rizada por la sangre;
y, púrpura, florecerá la tierra,
libre bajo el cielo llameante.2
El primer gobierno obrero de la historia
En los meses de marzo a mayo de 1871, la clase obrera conquistó su primer órgano de poder en la historia. Esta acción de las masas, que sólo pudo ser anulada con una tremenda represión que duró semanas dejando más de diez mil muertos, quedó inmortalizada como el primer gran intento de los trabajadores de tomar el cielo por asalto y construir un nuevo orden social, justo y equitativo. León Trotsky, años más tarde, describiría a la Comuna de París como “un relámpago, el anuncio de una revolución pro­letaria mundial.” 3
Vladimir Ilich Lenin explica el surgimiento de la Comuna de París por una multiplicidad de factores: “la Comuna surgió espontáneamente, nadie la preparó de un modo consciente y sistemático. La desgraciada guerra con Alemania, los sufrimientos de la ciudad sitiada, la huelga obrera y la decadencia ruinosa de la pequeña burguesía; la indignación de las masas contra las clases superiores y las autoridades que habían demostrado una incapacidad absoluta, la sorda efervescencia en el seno de la clase obrera, descontenta de su situación y ansiosa de un nuevo régimen social; la com­posición reaccionaria de la Asamblea Nacional, que hacía temer por los destinos de la República, todo ello y muchas otras cosas se unieron para impulsar a la población parisiense a la revolución del 18 de marzo, que pasó el poder, inesperadamente de manos de la Guardia Nacional, a las de la clase obrera y de la pequeña burguesía, que se había unido a ella. Fue un acontecimiento histórico sin precedentes. Hasta entonces, el poder había estado en manos de los terratenientes y de los capitalistas, es decir, de sus apoderados, que constituían el gobierno. Después de la revolución del 18 de marzo, cuando el gobierno de Thiers huyó de París con sus tropas, su policía y sus funcionarios, el pueblo quedó dueño de la situación y el poder pasó a manos del proletariado.” 4
En esa lucha revolucionaria, la presencia de las mujeres fue un factor fundamental. Ellas pelearon por equiparar sus derechos de ciudadanas a los de los varones, al mismo tiempo que lo hacían por mejorar los de los sujetos más desvalidos del orden social imperante.
En aquellos tiempos, regía en Francia el Código Civil napoleónico, uno de los instrumentos burgueses más restrictivos respecto al status social femenino, ya que despojaba a las mujeres de cualquier derecho, sometiéndo­las enteramente al padre o al marido. No reconocía las uniones consensuadas y los hijos que nacían de esas relaciones eran considerados bastardos. Por supuesto, estaban privadas del derecho al voto, mientras las trabajadoras sufrían, además, la explotación en condiciones de vida miserables. Por todo ello, la Comuna se presenta para las mujeres parisinas como una posibilidad de conquistar no sólo la república, sino también de construir un orden social que las incluyera.
Antecedentes revolucionarios de la Comuna
En 1852, Luis Napoleón III, mediante un golpe de estado, se había hecho proclamar emperador, gobierno que se extendió hasta 1870. Su régimen fue autoritario en el plano político pero, en el plano económico, permitió el crecimiento de la industria, el comercio y las obras públicas. París era una ciudad populosa que había alcanzado un gran desarrollo. Una de sus grandes reformas fue la reconstrucción de diversas barriadas, suprimiendo las viejas calles estrechas, transformadas en anchas aveni­das, para impedir que se levantaran barricadas durante las protestas. El extraordinario movimiento del capitalismo provocó un enorme aumento de la población urbana. Las ciudades europeas desbordaban de gente para la que había que construir casas, almacenes de comida, ferrocarriles para transportar los productos, hospitales, escuelas. Grandes contingentes de labriegos migraban hacia la ciudad, donde podían encontrar puestos de trabajo. Carpinteros, yeseros, albañiles, plomeros, tapiceros, carniceros, panaderos, reposteros, sastres, modistas, bordadoras y demás oficios eran requeridos por la metrópoli pujante.
Dos revoluciones fueron los antecedentes históricos de la Comuna. La primera es la gran Revolución Francesa de julio de 1789; la segunda es la de 1848, analizada por Marx.5 Entonces, el orden social existente se hallaba amenazado: mientras el proletariado luchaba por reivindicaciones muchas veces confusas, pero en las que estaba presente la exigencia de abolir los antagonismos de clase entre capitalistas y obreros, la burguesía bregaba por obtener mayores espacios de poder político. Ambos actores sociales se aliaron para compensar sus respectivas debilidades frente al poder feudal, alianza que rápidamente se mostró peligrosa para la nueva clase dominante, apoyada en la explotación del trabajo asalariado. Cuando sobrevino la insu­rrección de junio de 1848, con sus cinco días de lucha heroica, se produjo un baño de sangre con prisioneros indefensos como jamás se había visto. Era la primera vez que la burguesía ponía de manifiesto a qué insensatas crueldades de venganza es capaz de acudir tan pronto como el proletariado se atreve a mostrarle antagonismo. Y, sin embargo, lo de 1848 no fue más que un juego de niños, comparado con la furia de la burguesía en 1871. Si el proletariado no estaba todavía en condiciones de gobernar a Francia, la burguesía tampoco podía seguir gobernando como hasta entonces. Luis Na­poleón entra en escena, apoderándose del trono y haciendo saltar el último baluarte de la burguesía francesa, la Asamblea Nacional. Así comienza el Segundo Imperio.
Las incendiarias
En 1871, el imperio galo estaba concentrado en la guerra con Prusia porque necesitaba ensanchar las fronteras y apoderarse de la rica margen izquierda del río Rhin, con abundantes yacimientos de hierro y carbón, materias sin las cuales es imposible concebir la industrialización capitalis­ta. De esta manera, intentaba mantener la hegemonía francesa en Europa continental y afirmar la autoridad interna. Pero la guerra se pierde y el imperio se derrumba. Napoleón reconoce la derrota ante Bismarck, el canciller prusiano, dimitiendo del poder. Se produce así un vacío de gobierno, pero París –que no se rinde– proclama la República, liderada por diputados burgueses que hacen recaer la dirección del gobierno en el general Thiers. La capital estaba sitiada, defendida ferozmente por la Guardia Nacional, integrada por obreros. Ante el sitio, Thiers capitula al ejército prusiano y, mediante el armisticio, intenta infructuosamente recuperar el armamento que estaba en manos populares. Mientras tanto, los vencedores prusianos no se atrevían a entrar a la ciudad en son de triunfo, tal era el respeto que los obreros de París infundían a un ejército ante el cual habían rendido sus armas las mismísimas tropas del Imperio francés. Era el proletariado que proclamaría la Comuna.
El 18 de marzo de 1871, cuando los obreros izan la bandera roja en el ayuntamiento de París, Louise Michel, con su temperamento y entusiasmo subversivos, adquiere imponentes fuerzas, encabezando la insurrección. Fueron las mujeres las que, interponiendo sus cuerpos delante de los ca­ñones, impidieron que las tropas al mando de Thiers desarmaran París, desencadenando la reacción popular. Ellas salieron de las casas y toma­ron los lugares que habían dejado los hombres muertos o prisioneros; se pusieron a trabajar en fábricas de armas y municiones, en los hospitales, en las cocinas de la retaguardia preparando alimentos para los soldados; pero, también, empuñaron los fusiles que recogían de los caídos. Incluso hubo un batallón de la Guardia Nacional compuesto sólo por mujeres, que luchó valientemente en las barricadas durante la última semana de la Comuna, hasta que fueron fusiladas una por una.
Lecciones de la Comuna
La Comuna fue un ejemplo brillante de cómo el proletariado puede cumplir las tareas democráticas que la burguesía sólo puede proclamar. Sin ninguna legislación complicada, con toda sencillez, el proletariado que ha­bía conquistado el poder suprimió la burocracia y estableció la elección de los funcionarios por el pueblo. Deshizo instituciones caras al orden social burgués, suprimiendo el ejército regular y contraponiéndole el pueblo en armas; condonó los pagos de alquileres adeudados por los inquilinos; esti­puló que cada cargo público tuviera una retribución equivalente al salario de un obrero, para eliminar los privilegios de la casta de funcionarios; decretó la separación de la Iglesia del Estado, abolió las partidas consignadas para fines religiosos y declaró de propiedad nacional todos los bienes de la Iglesia. Por primera vez en la historia se proclamó, además, la igualdad de derechos para las mujeres.
Dos errores, según Lenin, echaron a perder los frutos de la brillante victoria.6 El proletariado se detuvo a mitad de camino: en lugar de proceder a la expropiación de los expropiadores, se puso a soñar con la entronización de la justicia suprema sin apoderarse de instituciones cruciales como, por ejemplo, de los bancos. El segundo error consistió en la excesiva magna­nimidad del proletariado: en lugar de exterminar a sus enemigos, trató de influir moralmente sobre ellos, despreciando la importancia que tienen las acciones militares en la guerra civil y, en vez de coronar su victoria en París con una ofensiva resuelta sobre Versalles, se demoró permitiendo así que el gobierno reuniese las fuerzas necesarias para preparar la Semana Sangrienta de mayo.
Pese a todo, Lenin consideró que la Comuna constituye un magno ejem­plo del más importante movimiento proletario del siglo XIX. Por grandes que hayan sido las pérdidas de la Comuna, la significación que tuvo para la lucha del proletariado las ha compensado: conmocionó al movimiento socialista de Europa, mostró la fuerza de la guerra civil, disipó las ilusiones patrióticas y acabó con la fe ingenua en los anhelos nacionales de la burguesía. La Comuna enseñó al proletariado europeo a plantear en forma concreta las tareas de la revolución socialista. Trotsky escribió que si se hojea página por página la historia de la Comuna, se encontrará una sola lección: es necesaria la enérgica dirección de un partido. El proletariado francés se sacrificó por la revolución como ninguna otra clase social lo hizo. Pero también fue engañado, después de haber sido sometido a las más crueles represiones de que se tenga noticia. Después de la masacre, la burguesía lo deslumbró con todos los colores del republicanismo, del radicalismo, del socialismo, para cargarlo siempre con el peso de las cadenas del capital. Por medio de sus agentes, sus abogados y sus periodistas, la burguesía ha planteado una gran cantidad de fórmulas democráticas, parlamentarias, autonomistas, que no son más que los grilletes con que ata los pies del proletariado, impidiéndole avanzar. 7
Infatigable mujer de la trinchera
Louise Michel, durante los dos meses que duró la Comuna llevó una vida ardiente de lucha, como soldado. Incansable, estaba en la primera fila o en la retaguardia, conteniendo a los que huían. Combatió sin cesar; cuando descansa su batallón, ella se incorpora a otro por no querer alejarse de la lucha de ninguna manera. El diario oficial de la Comuna menciona así su acción: “en las filas del batallón 61 combatía una mujer enérgica; mató a varios gendarmes y guardianes del orden”.8 Animó el Club de la Revolución, cuyas sesiones presidió a menudo. Conforme a sus convicciones, abogó por la enseñanza profesional y la creación de orfanatos laicos, algo que en aquella época resultó una innovación difícil de aceptar. Como militante, participó en la Iº Internacional, fundando la Unión de Mujeres para la Defensa de París y la Ayuda a los Heridos. Además de sus condiciones de luchadora y propagandista, tenía condiciones dirigentes: fue elegida para presidir el Comité Republicano de Vigilancia de los ciudadanos.
El 16 de diciembre de 1871, Louise aparece ante los jueces pidiendo para sí la muerte. Al igual que sus hermanos de clase, reivindica morir en el Campo de Satory donde, en la noche del 27 de mayo, millares fueron masacrados por las tropas de Versalles. Mantiene una actitud heroica ante el tribunal, ejemplo de firmeza y convicción revolucionaria, rechazando a los abogados designados y presentando su defensa personalmente: “Pertenezco enteramente a la Revolución Social. Declaro aceptar la responsabilidad de mis actos (...) El Comisario de la República tiene razón. Ya que, según parece, todo corazón que bate por la libertad sólo tiene derecho a un poco de plomo, ¡exijo mi parte! Si me dejáis vivir, no cesaré de clamar venganza y de denunciar, en venganza de mis hermanos, a los asesinos de la Comisión de las Gracias”.9
Finalmente fue deportada por nueve años a Nueva Caledonia,10 donde enseñó a los nativos canaca a pensar en la libertad, acompañándolos en su rebelión contra el yugo colonial francés. Cuando regresa a París, es penada con seis años de cárcel por encabezar una manifestación de desocupados que culminó con la rotura de ventanas de panaderías y carnicerías. En esa ocasión, llevaba una bandera negra, que más tarde fue tomada como sím­bolo de lucha por los anarquistas. Reanuda su militancia: da conferencias predicando la idea de la liberación por medio de la revolución social, en contra de la pena de muerte y a favor de la huelga general. Entre 1890 y 1895 vivió en Londres, donde escribió algunas de sus poesías y novelas: La miseria, Los malditos, La hija del pueblo, Los microbios humanos, El nuevo mundo y sus Memorias sobre La Comuna.
En Marsella, en 1905, mientras dictaba una conferencia ante un audito­rio obrero, murió la que después fue llamada “la virgen roja” y la “Juana de Arco revolucionaria”. Una multitud integró el cortejo fúnebre. Era enterrada una mujer que representó la participación femenina en actividades consideradas hasta entonces como exclusivamente de los varones, reafirmando la fuerza revolucionaria de las mujeres obreras y del pueblo.


1 Palabras de Louise Michel durante el interrogatorio del Consejo de Guerra. Audiencia del 16 de diciembre de 1871, citada por L. Michel en Mis recuerdos de la Comuna.
2 Louise Michel, op.cit.
3Lecciones de la Comuna, de León Trotsky.
4 La Comuna de París , de V. I. Lenin.
5 Ver El 18 Brumario de Luis Bonaparte, de K. Marx 44
6 Ver V. I. Lenin, op.cit.
7 Ver Trotsky, op.cit.I.
8 Luisa Michel, la Virgen Roja, de I. Boyer.
9 Louise Michel, op.cit.
10 Territorio de ultramar de Francia, archipiélago situado en el Pacífico Sur, entre Aus­tralia y las Islas Fidji.

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