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domingo, 25 de septiembre de 2011

CUD (IV): "No ser dios y cuidarlos". 2. Reseña: Las ciudades invisibles

Autoras/es: Italo Calvino
(Fecha original del artículo: Junio 2008)
El pasado 5 de junio se estrenó No ser Dios y cuidarlos, un documental dirigido por Juan Carlos Andrade y Dieguillo Fernández, acerca del Centro Universitario Devoto (CUD), un singular proyecto que desde hace años funciona en el penal de la Ciudad de Buenos Aires y que hace posible que algunos de sus internos estudien carreras universitarias como Abogacía, Ciencias Económicas, Psicología, y Sociología.
A través de testimonios de jueces, profesores, reclusos y personal penitenciario se va armando un relato visual que cuenta la historia y las características de un proyecto que vio la luz en 1985, a partir de un convenio entre la UBA y el Servicio Penitenciario Federal. La película, que fue declarada de interés por el Ministerio de Educación de la Nación, surge del entramado de palabras y voces diferentes, como las de Atilio Alterini, decano de la Facultad de Derecho de la UBA, que destaca el bajísimo porcentaje de reincidencia de los estudiantes del CUD frente al del resto de los internos del sistema (las cifras respectivas son el 3% frente al 70%); las de Eugenio Zaffaroni, miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que habla de la experiencia como una forma de alterar el presente eterno en el que el tiempo parece haberse detenido cuando no se tiene nada que hacer, una característica que atribuye a la exclusión dentro y fuera de la cárcel; las de Alcira Daroqui, coordinadora de la carrera de Sociología, que señala que la experiencia del CUD es única en el mundo (en realidad, sólo funciona una especie de réplica en la cárcel de mujeres de Ezeiza).
Estudiantes y graduados del CUD enfatizan en sus testimonios la idea de resistencia: este espacio sin rejas ni guardias, donde alrededor de ciento cincuenta reclusos pasan estudiando casi todo el día fue literalmente una construcción común. Fueron los mismos internos los que construyeron los salones que hoy son aulas, biblioteca, sala de computación, según recuerdan Marta Laferrière, directora del programa UBA XXII y fundadora del proyecto, y Sergio Schocklender, uno de sus promotores y egresados.
La serie de testimonios de los protagonistas coincide, contrasta, se opone, mientras va construyendo a un CUD bastante parecido a lo que es en realidad: un espacio distinto del de la cárcel, donde los internos recuperan la dignidad de conseguir algo con su esfuerzo, acceden a un mundo tal vez inalcanzable en otras circunstancias, resisten al mundo oscuro del penal. Que aparece, contundente, en algunos cortes que pautan los testimonios: en las ventanas enrejadas de las que sobresalen brazos, donde se atisban rostros o sábanas de colores ondean como banderas mientras se sobreimprimen los datos crudos de la realidad, como el número de internos de Devoto, el de encausados en el país, los porcentajes de analfabetismo, de educación incompleta, de reincidencia.
Si bien está estructurado básicamente a partir de entrevistas, el filme muestra una secuencia breve y significativa: cómo llega un interno en un vehículo penitenciario a la Facultad de Derecho, le sacan las esposas, se viste de traje y, mezclado con otros cientos de estudiantes, recibe su diploma de abogado. No es esto lo único que puede darles la experiencia del CUD: para algunos es un oasis, un lugar de resistencia, la forma de reparar el daño que se ha hecho a la familia, una esperanza de volver a empezar (y mejor) cuando se abandone la cárcel. Para otros, es el lugar donde pudieron encontrar las palabras que los hombres usan para comunicarse.
Para quienes consideran que la educación es una herramienta para mejorar la vida y la dignidad de las personas y de la sociedad en la que viven, No ser Dios y cuidarlos presenta una experiencia –particular, restringida, controversial tal vez– para analizar y reflexionar.

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