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viernes, 20 de enero de 2012

Mueren 14 niños. Industria farmacéutica, lucro y muerte

Una mancha más al tigre 

Autoras/es: Juan C. Ferre 
El reciente escándalo desatado por la muerte de catorce niños que formaban parte de una investigación de Laboratorios Glaxo muestra las consecuencias inevitables de un sistema que permite hacer negocio con la salud (y la enfermedad) de las personas. Un vistazo sobre la industria de los medicamentos.
(Fecha original del artículo: Enero 2012)

La muerte de 14 niños que habían sido reclutados por los investigadores del Laboratorio Glaxo Smith Kline (GSK) para probar una nueva vacuna pone de manifiesto cuáles son los verdaderos intereses que persigue la industria farmacéutica.
El incidente Glaxo
El laboratorio GSK comenzó a probar una vacuna contra el neumococo, una bacteria que ocasiona principalmente neumonía y otitis. No es la primera en su especie, sino que existen en el mercado distintas vacunas contra el neumococo que se han ido perfeccionando con el tiempo y el advenimiento de nuevas opciones. El mercado al que apunta este producto médico no es un sector pequeño en la economía, sino un terreno fértil para los negocios capitalistas. En otra ocasión nos hemos referido al negocio de la vacuna antigripal y la pandemia de gripe A [1]. La vacuna antineumocócica está incluida en el calendario de vacunación de Argentina, así como de otros países, por lo que en el caso de establecerse como la opción más eficaz, desbancando a sus versiones más viejas, representaría una fuente dorada de ganancias. En este contexto, la avidez de lucro ha llevado a GSK a cometer graves irregularidades en la investigación de la nueva vacuna. Los requisitos éticos y legales para resguardar la integridad de los individuos sujetos a un protocolo de investigación han sido severamente incumplidos, con el agravante de que se trata de una población de 14.000 bebés la que fue sometida a este experimento. Entre otras faltas, se han ingresado pacientes al estudio sin la autorización de sus padres -incluso en contra de su voluntad-, han faltado verificaciones de su correcto estado de salud, no se registraron adecuadamente los efectos adversos, y hasta se ha hecho firmar el consentimiento informado a la abuela analfabeta de uno de ellos. Según El País, unos 400 médicos y otros profesionales cobraban 380 euros por cada niño vacunado.
Luego de terminada la investigación se conoce que catorce de estos bebés fallecieron, y aunque no se ha establecido una relación causa-efecto entre la vacuna y estas muertes, los requisitos bioéticos y legales para evitar un daño sanitario a la población han sido violados de manera flagrante. Al mismo tiempo, la laxitud en el marco regulatorio hace que se puedan cometer estos atropellos -en el contexto de un ensayo clínico- sin ser responsable penalmente por las consecuencias.
La Declaración de Helsinski y otras regulaciones burguesas
A partir de las aberraciones cometidas por el régimen fascista alemán antes de concluida la 2º Guerra Mundial, y como conclusión de los juicios de Nuremberg, se publicó el Código de Nuremberg (1947) para regular la investigación en humanos. La mayoría de sus puntos fueron tomados más tarde en una declaración promulgada por la Asociación Médica Mundial, la Declaración de Helsinki , inicialmente publicada en 1964 y enmendada en repetidas oportunidades (1975, 1983, 1989, 1993, 2000, 2002, 2004, 2008). En este texto se proponen una serie de normas éticas que deben regir la investigación en humanos y servir de guía para las legislaciones de cada país en esta materia, pero no posee carácter vinculante. Entre otros puntos, se insta a priorizar la vida y la salud de los sujetos investigados por encima del interés sobre los objetivos de la investigación, se exige el consentimiento a participar en el estudio por parte del paciente -o de la persona a cargo, padres, tutores- y se propone que toda investigación en poblaciones vulnerables (pobres, menores, embarazadas) debe realizarseúnicamente si se busca una respuesta a un problema concreto de salud prioritario de esta población. Algunas de estas sugerencias ni siquiera son tomadas en cuenta a la hora de realizar las investigaciones. Sólo por tomar el último caso, deberían detenerse la inmensa mayoría de los ensayos clínicos que actualmente se realizan en Argentina para sacar al mercado medicamentos que los mismos participantes no van a poder comprar. Pero sin importar si se cumplen o no, estas normas se revelan absolutamente inútiles frente a la codicia avasalladora de la industria farmacéutica y son una muestra clara de que, en última instancia, la finalidad de todo el andamiaje jurídico internacional es asegurar la ganancia de las empresas de este tipo.
Los Estados nacionales, aunque siempre al servicio de las grandes empresas, han jugado a lo largo de la historia distintos roles: como mínimo, asegurando condiciones propicias para la investigación y el lucro privado, y, en ocasiones, tomando en sus manos la parte más sucia del trabajo, como en el tristemente célebre experimento Tuskegee. En esta ocasión, el Servicio de Salud Pública de EE.UU. sometió a casi 400 individuos afroamericanos con sífilis a su libre evolución, sin tratamiento, entre los años 1932 y 1972 [2]. Un brazo de este estudio se realizó en Guatemala y consistió en la inoculación voluntaria de la bacteria de la sífilis a individuos sanos.
La investigación clínica, ¿al servicio de quién?
La Investigación y Desarrollo (I+D) de nuevos medicamentos es señalado por los laboratorios farmacéuticos como el principal destino de las ganancias recaudadas en base a la venta de sus productos. Por esta razón -sostienen- es indispensable respetar la vigencia de los derechos de patentes, gracias a los cuales el laboratorio que desarrolla una nueva droga goza de exclusividad en su comercialización durante unos diez a quince años. Esta prerrogativa les permite fijar precios que superan varias veces los costos de fabricación. Lo cierto es que sólo un porcentaje menor de los dividendos se asignan a la investigación, mientras que el doble o, incluso, el triple de esta suma se invierte en publicidad [3]. Por otro lado, los defensores de la comercialización de fármacos a precios discrecionales argumentan que "sin ganancias, no hay investigación y desarrollo; la ciencia no avanza". Ahora bien, cuando la industria farmacéutica investiga y desarrolla, ¿qué busca? ¿Acaso busca soluciones para los problemas que sufre la gran mayoría de la población?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que sólo el 10% de los recursos asignados a I+D apuntan a resolver los problemas de salud del 90% de la población mundial [4]. Por otro lado, de los 1.035 medicamentos que se aprobaron en EE.UU. entre 1989 y 2000 sólo 153 fueron innovadores en dar respuesta a enfermedades que previamente no tenían tratamiento o cuyo tratamiento no era tan efectivo [5]. El resto de los fármacos aprobados respondieron simplemente a una estrategia para captar parte del mercado de drogas existentes. Es decir que no buscaban resolver ningún problema de salud.
Para que quede claro: el objetivo de la industria farmacéutica es obtener ganancias, y hacia eso dirige toda investigación. Si alguien más obtiene algún beneficio de este proceso -por ejemplo, los pacientes- es secundario.
El negocio de los medicamentos
Con US$43.970 millones de facturación global, GSK es considerada la segunda mayor empresa farmacéutica del mundo después de Pfizer. En la Argentina el laboratorio facturó $375 millones en 2009 [6]. De estos números se desprende rápidamente que la multa de $400 mil impuesta a la multinacional es una suma risible para un gigante como GSK.
En los últimos años se ha observado un aumento drástico de los ensayos clínicos que las multinacionales farmacéuticas realizan en Sudamérica, India y África. Este viraje responde a una menor regulación y a la facilidad para reclutar pacientes, lo que permite sacar a la venta los fármacos rápidamente y a bajo costo [7]. En los hechos, es una forma de colonialismo económico llevado a cabo por las multinacionales imperialistas.
Según una publicación del popular blog estadounidense Business Pundit, la industria farmacéutica a nivel global recauda U$S700 mil millones anuales [8]. La salud se ha convertido en un botín del negocio privado y la enfermedad genera ganancias. Una población sana no consume medicamentos ni exámenes complejos -y caros-. Una población plagada de enfermedades -si son crónicas mejor- es una fuente de lucro inagotable. Por eso nadie se preocupa por prevenir las enfermedades. Porque el negocio está en tratarlas. Y cuando se deja que el capital dirija la distribución de recursos en salud suceden las aberraciones inhumanas que vemos hoy en día: Los 2,5 millones de niños que mueren anualmente por enfermedades relacionadas con la pobreza, mientras los dueños de los laboratorios se enriquecen vendiendo medicamentos a precios irrisorios. O el millón y medio de enfermos de Chagas en Argentina sin tratamiento efectivo. Los ejemplos sobran. El reciente episodio con el laboratorio Glaxo no es más que un reflejo de un modus operandi. No es una excepción, sino la regla.
Para que las innovaciones en medicamentos respondan verdaderamente a las necesidades de los amplios márgenes necesitados de la población, los trabajadores y el pueblo pobre, es necesario que la industria farmacéutica esté en sus manos. No se puede permitir el lucro a costas de la enfermedad. Debemos levantar un programa de expropiación de todos los laboratorios y las empresas de medicina privada, prepagas, clínicas y sanatorios, para ponerlos bajo control y administración de los trabajadores del sector salud y los usuarios. La producción de medicamentos debe ser absolutamente pública, al igual que la investigación, dirigida a las necesidades de los trabajadores y el pueblo. Se debe poner en pie un sistema único y universal de salud con atención de calidad para todos sin distinción de clase. De la misma manera, la única forma de combatir las enfermedades generadas por la pobreza, la desnutrición y la indigencia es eliminando este sistema de explotadores y explotados. La lucha contra la pobreza debe ser la lucha contra el capitalismo.

Juan C. Ferré
Médico del Hospital San Martín de La Plata

Notas
[1] La Verdad Obrera Nº 363, 25 de febrero 2010.
[2] Bad Blood: The Tuskegee Syphilis Experiment, James H. Jones, expanded edition (New York: Free Press, 1993)
[3] Barros, Augusto Cabral de; Las políticas farmacéuticas, ¿al servicio de la salud?, Brasilia, UNESCO, 2004, p. 33-34.
[4] World Health Organization. WHO Medicines Strategy 2004-2007. Countries at the core. [En línea] Ginebra: WHO; 2004 [fecha de acceso 23 de octubre de 2009] URL disponible en:http://whqlibdoc.who.int/hq/2004/WH... 2004.2.pdf
[5] Ugalde A, Homedes N. Medicamentos para lucrar. La transformación de la industria farmacéutica. Salud Colectiva. 2009;5(3):305-322
[6] La Nación, 11 de junio de 2010
[7] Kelly Hearn, The Rise of Unregulated Drug Trials in South America, The Nation, October 10, 2011
[8] http://listas.eleconomista.es/econo... accedido el 6 de enero 2012.
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