En Pizarras y Pizarrones hemos desarrollado un trabajo de campo cuyo objetivo es analizar las preferencias en lecto-escritura de nuestros lectores, así como las nuevas formas de enseñanza y aprendizaje. Les hemos pedido su colaboración para completar una pequeña encuesta anónima que como máximo les insumiría 10 minutos. Agradecemos su participación! La encuesta cerró el 31-08-17 y en unos pocos días publicaremos sus resultados...

jueves, 27 de septiembre de 2012

MICROPOLITICA ESCOLAR. Acoso laboral

Autoras/es:
Jefa, 1923, Acuarela de Xul Solar
Toda institución es un espacio de micropolítica que define relaciones de poder por los modos de vinculación que se construyen, por las formas en que circula el saber tanto entre pares como con los demás miembros de la comunidad educativa, por las voces que se escuchan y por las que callan.
A continuación un texto breve que describe esas relaciones de poder instaladas en las escuelas. El relato, como diría la escritora Isabel Allende, "... es una versión torcida y exagera de los hechos". ¿O no?
(Fecha original del artículo: Septiembre 2012)
ACOSO
“Tiene que ir a declarar el miércoles. Es por el sumario a Mirta Kohan”, le dijo la abogada a Ana y Ana se quedó en suspenso. Hacía ya más de cuatro años que se había jubilado del Centro de Atención Temprana en el que Mirta era directora, y ya había borrado ese pasado que le resultó tan difícil de sobrellevar en sus últimos años como maestra. En un instante pensó que la causa de su jubilación quizá fue la propia Mirta Kohan.
Ana era directora en un Jardín de Infantes y cuando la llamaron para hacer una suplencia en ese centro educativo, a contraturno,  se sintió contenta por dos razones: podría aumentar su ingreso económico y trabajar con chicos discapacitados, una especialidad que había terminado hacia muy poco tiempo. Era trabajadora, le gustaban los niños pequeños, también los desafíos, y en los primeros tiempos estuvo cómoda, atendiendo a los bebés y niños con patologías complejas.
Después vinieron los tiempos difíciles, pero de esos años qué podría declarar si el acoso psicológico es una violencia tan sutil que cuesta comprobar. Ya casi había olvidado esa etapa de trabajo y recurrió a papeles amarillentos con anotaciones, que había guardado por si algún día las necesitaba -aunque pensando que jamás las necesitaría-.
Tendría que decir que Mirta la ignoraba, o le pedía la opinión y después la desestimaba, o que le ocultaba información que sabían todas las compañeras, o que le contestaba con ironías y la hacía sentirse un gusano. Pero, “¿cómo se puede probar que la hacía sentirse un gusano?” reconsideró inmediatamente.
En las reuniones de personal, Ana sostenía una mirada social y psicológica sobre los casos de los chicos que trataban. Centrada en las patologías, esto a Mirta le molestaba tanto que un día, en uno de esos ateneos, delante de todas sus compañeras,  le dijo con brusquedad y tono hostil: “mirá, yo a vos nunca te daría un hijo para que me lo atendieras”. Ese día, todos hicieron un gran silencio; más ruidoso que el de otras veces. Nadie habló y la directora tomó las decisiones que consistían, como ocurría habitualmente, en una lista de tareas para los padres.
Un tiempo después de esa reunión de ateneo, Mirta le dijo que le sacaba los alumnos de riesgo biológico y que tenía que ir a atender a las guarderías municipales. Nadie quería hacer ese trabajo porque implicaba estar afuera de la sede e impedía la pertenencia a un grupo. Ana no protestó y armó su horario que era un verdadero rompecabezas. Corría todo el día de una guardería a otra y atendía chicos de tantas instituciones que la obligaban a sostener reuniones y entrevistas extras con los papás de los niños, con el personal y la comunidad de cada guardería. Eran lugares donde dejaban sus bebés y chiquitos, las madres que trabajaban y las familias de hogares con muchas carencias. Ana les compraba el material y les armaba-con sus propias manos-  juguetes y libros de cuentos hechos con telas, cartones corrugados y material de desecho. Todos los años, para el día del niño, o de la madre, o de la familia,  les llevaba regalos que compraba con su propio dinero. Para los demás maestros, Mirta autorizaba a solventar los gastos con plata de la cooperadora: “Porque son de sede” aducía siempre.
Generalmente le ponía dificultades para que Ana no participara en jornadas de intercambio con el resto del personal: suspendía una reunión y no le avisaba por lo cual iba hasta la sede inútilmente o hacía reuniones a las que no la convocaba. El equipo técnico –compuesto por fonoaudóloga, orientadora psicopedagógica y social- iba muy pocas veces en el año a observar y a colaborar en el tratamiento porque Mirta se los impedía con argumentos como que “para esos chicos no hace falta un equipo especializado”. Nadie la contradecía. El silencio era la respuesta porque todos sabían que si no serían condenados al ostracismo en la propia institución.
También la obligó a realizar tareas no docentes como limpiar el archivo, los documentos y la biblioteca del Centro mientras sus compañeras tomaban mate, durante esos días de diciembre, sin alumnos, destinados a realizar la evaluación final. Estaban además las frases encubiertas: --Vamos a sacar todos los chicos de guardería porque los padres no colaboran con los maestros. Así el trabajo no sirve--,  dijo una vez con voz amenazante. Pero lo más corriente era hablar de unos y de otros e insinuar que era Ana el elemento de discordia.
Mientras recordaba Ana, volvieron a su cabeza algunas sensaciones. Por las noches dormía poco. Al acostarse, la sangre parecía retirarse de su cuerpo y se sentía vacía y sin vida. Como si las células, los tejidos y las vísceras la abandonaran. Y al despertarse sentía un ahogo, un deseo inmenso de dejar ese trabajo. Le transpiraban las manos, no podía desayunar y un nudo se instalaba en la garganta, en el estómago y las tripas. Es difícil explicarlo porque cuando fue a terapia y se lo contó al psicólogo pensando que era miedo –aunque Ana sabía que no le tenía miedo- el psicólogo le dijo que era dolor. Y surgió ahí,  en ese espacio y a partir de la palabra dolor,  un nombre para lo que Ana padecía: acoso laboral, o mobbing.
Leyó mucho sobre el tema, se informó, se conectó con grupos que acompañaban estas situaciones y decidió pedir una mediación al gremio. Estela, que era la secretaria de la filial local pero a la vez era directora de una escuela, le aconsejó que no lo hiciera.
--Acá nos conocemos todos, vos y yo también somos directoras y nos pueden denunciar por acoso--, le dijo sin reparos.
--No quiero denunciar, quiero que medien. Que podamos hablar y decir lo que nos pasa.
Estela no medió sino que se lo comentó a la inspectora, la inspectora se lo dijo a Mirta y entonces convocaron a reuniones y les hicieron preguntas y las entrevistaron una por una y nadie habló y la única que habló fue Ana y la situación se tornó insoportable.
Por eso un día, cuando tuvo una trombosis intestinal y tuvo que pedir licencia, nunca más volvió. Se jubiló en los dos trabajos y no quiso saber más nada con educación.
Ya pasaron tres años, ya había olvidado o atenuado la huella de esas vivencias cuando le piden que declare porque Mirta ha sido denunciada por acoso y ella es única testigo de circunstancias parecidas. Fue a declarar, todo le pareció lejano, pero hizo catarsis y cerró ese capítulo horrible de su vida en el trabajo.
Cuando se retiró de la oficina,  respiró fuerte, llenó de aire los pulmones y sintió alivio. Su voz -solitaria en aquel momento- tal vez no había sido pronunciada en vano.

Fuente: Contextos Educativos Inclusivos

No hay comentarios: