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miércoles, 20 de febrero de 2013

El Gorila Albino, por Italo Calvino

El Gorila Albino

Por Italo Calvino


En el zoo de Barcelona existe el único ejemplar conocido de mono albino, un gorila del África ecuatorial. El señor Palomar se abre paso entre la multitud que se apiña delante del pabellón. Del otro lado de una vidriera, «Copito de Nieve», (así lo llaman), es una montaña de carne y pelo blanco. Sentado contra una pared toma el sol. La máscara facial es de un rosado humano, cincelada de arrugas ; también el pecho muestra una piel lampiña y rosada, como la de los hombres de raza blanca. El rostro de facciones enormes, de gigante triste, cada tanto se vuelve hacia la multitud de visitantes que están del otro lado del vidrio, a menos de un metro de distancia; una lenta mirada cargada de desolación y paciencia y tedio, una mirada que expresa toda la resignación de ser como se es, único ejemplar en el mundo de una forma no elegida, no amada, toda la fatiga de cargar con la propia singularidad, toda la pena de ocupar el espacio y el tiempo con la propia presencia tan embarazosa y llamativa.
La vidriera permite ver un recinto rodeado de altas paredes de mampostería que le dan un aspecto de patio de cárcel pero que es en realidad el«jardín» de la casa-jaula de los gorilas, de cuyo suelo se levantan un árbol bajo sin hojas y una escala de hierro de gimnasio. Más allá en el patiecillo está la hembra, una gran gorila negra con un cachorro también negro en los brazos : la blancura del pelaje no se hereda; «Copito de Nieve» sigue siendo entre todos los gorilas el único albino.
Canoso e inmóvil, el mono evoca en la mente del señor Palomar una antigüedad inmemorial, como las montañas o las pirámides. En realidad es un animal todavía joven y sólo el contraste entre la cara rosada y el corto pelo cándido que la enmarca y sobre todo las arrugas todo alrededor de los ojos, le dan la apariencia de un anciano venerable. Por lo demás, el aspecto de «Copito de Nieve» presenta menos semejanzas con el hombre que el de los otros primates: en el lugar de la nariz las narinas excavan un doble abismo; las manos, peludas y -se diría- poco articuladas, en el extremo de brazos muy largas y rígidos, son todavía en realidad patas, y como tales el gorila las usa para andar, apoyándolas en el suelo como un cuadrúpedo.
Ahora esos brazos-patas aprietan contra el pecho la cubierta de un neumático de auto. En el enorme vacío de sus horas, «Copito de Nieve» no abandona nunca la cubierta. ¿Qué será ese objeto para él? ¿Un juguete? ¿Un fetiche? ¿Un talismán? A Palomar le parece entender perfectamente al gorila, su necesidad de una cosa que apretar mientras todo se le escapa,una cosa con que aplacar la angustia del aislamiento, de la diversidad, de la condena a ser considerado siempre un fenómeno viviente, tanto por sus hembras y sus hijos como por los visitantes del zoo.
También la hembra tiene una cubierta de auto, pero es para ella un objeto de uso con el que su relación es práctica y sin problemas: en ella se sienta como en una butaca a tomar el sol mientras espulga a su hijito. Para «Copito de Nieve» en cambio el contacto con el neumático parece ser algo afectivo, algo posesivo y en cierto modo simbólico. Desde allí se le puede abrir una rendija hacia lo que es para el hombre la busca de un camino de salida de la zozobra de vivir: invertirse a sí mismo en las cosas,reconocerse en los signos, transformar el mundo en un conjunto de símbolos,casi un primer albor de la cultura en la larga noche biológica. Para esto el gorila albino dispone sólo de una cubierta de coche, un artefacto de la producción humana, extraño a él, privado de toda potencialidad simbólica,desnudo de significados, abstracto. No se diría que su contemplación dé para mucho. Y sin embargo, ¿qué mejor que un círculo vacío para asumir todos los significados que se quiera atribuirle? Tal vez ensimismándose en él el gorila está a punto de alcanzar en el fondo del silencio las fuentes de las que brota el lenguaje, de establecer un flujo de relaciones entre sus pensamientos y la irreductible, sorda evidencia de los hechos que determinan su vida...
Ya fuera del zoo, el señor Palomar no puede quitarse de la cabeza la imagen del gorila albino. Trata de hablar de él con cualquiera que se le cruce en el camino, pero no consigue que nadie le escuche. Por la noche, tanto en las horas de insomnio como en sus breves sueños, sigue apareciéndosele el mono. «Así como el gorila tiene su neumático que le sirve de apoyo tangible para un delirante discurso sin palabras -piensa-, así yo tengo esta imagen de un mono blanco. Todos hacemos girar entre las manos una vieja cubierta vacía mediante la cual quisiéramos alcanzar el sentido último al que las palabras no llegan.»


...del libro "Palomar"


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