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miércoles, 20 de febrero de 2013

Opiniones sin rostro

TROLL. Es disruptivo, violento y anónimo, es el comentarista que disputa aquello que se presenta como verdad.
TROLL. Es disruptivo, violento y anónimo,
es el comentarista que disputa aquello que
se presenta como verdad.
Autoras/es: NICOLAS MAVRAKIS
El comentario online es un modo de participación con lógicas específicas, que utiliza a veces el anonimato y la violencia. ¿Qué consecuencias tendría su regulación?
(Fecha original del artículo: Enero 2013)
La fuerza del comentario en Internet ( comment ) es la negatividad. No se trata de pensar esa negatividad como simple “malevolencia”, sino como una oposición ante antiguas prácticas y poderes. Frente a la dinámica esclerosada del circuito informativo clásico, donde el mensaje era emitido por una única fuente y recibido por un único receptor, el comment materializa la negatividad de lo nuevo.
Feedback diseñado para la lógica de participación horizontal que propone la Web ante la información –y siempre se trata de información–, la cohesión de nuevas comunidades germina a los pies de las noticias online a través del comment . Aunque, a veces, como ocurre en toda comunidad desjerarquizada y participativa, el feedback puede volverse tóxico y dañino. En ese sentido, el comentario también delimita un área donde las ideas se ejecutan como odios.
Más allá de su integración a favor o en contra de un discurso, el comment representa, por eso mismo, negatividad. Un modelo contemporáneo de información digital que solicita actividad, en oposición a un modelo de información analógica que solicitaba pasividad.
¿Entonces cuáles son los requisitos para añadir la voz propia a esos foros que oscilan entre lo constructivo y lo pantanoso? La pregunta se relaciona menos con las cuestiones técnicas para producir comments que con la neutralidad que garantiza la Web para que eso sea posible.
¿Tiene un usuario anónimo derecho a incluir su voz en los nuevos flujos de opinión digitales? ¿Cómo se intersectan las fuerzas jurídicas que esperan controlar el ciberespacio como si fuera una mera remodelación del viejo circuito analógico del “correo de lectores”, y los flujos de audiencias que reelaboran y disputan el sentido y la dinámica completa de la información en Internet?
El controvertido proyecto de ley que en los Estados Unidos –y desde hace pocos meses también en Gran Bretaña, tras un caso de presunta difamación entre usuarios de Facebook– propone acabar con el anonimato online a través del registro de datos como la dirección IP, el nombre y el domicilio de los usuarios, reabre el debate sobre los márgenes de libertad –incluso para la violencia– en un campo donde la circulación de megabytes parece cada vez más amenazada por quienes pretenden construir un orden donde, en apariencia, no lo hay. El objetivo del proyecto es disminuir el cyberbulling –la violencia entre usuarios–, proteger a los pequeños comercios de críticas negativas “infundadas” y –uno de los puntos más reveladores del proyecto– proteger a los candidatos políticos de “acusaciones sin argumentos” en períodos de campaña. “Eliminar el anonimato para combatir el cyberbulling es como eliminar las descargas de software para combatir la piratería”, fijaron como posición los usuarios apenas se supo la novedad. Pero a la luz del superado encarcelamiento de Kim Dotcom y la clausura por parte del FBI del sitio Megaupload, una de las plataformas de almacenamiento y descarga más exitosas de la Era Digital, el silogismo podría resultar menos divertido de lo que parece. ¿Es la libertad de expresarse de manera anónima un derecho fundamental en la Web? Y en el caso de que esa libertad desapareciera, ¿cómo se alteraría la actual construcción de esta nueva simbiosis entre las ofertas mediáticas y las demandas de sus audiencias?
“El comentador es un usuario con características muy definidas y responde a la regla del 90-10-1: el 90% de los usuarios visita el sitio, el 10% realiza alguna actividad y el 1% está realmente fidelizado y comprometido produciendo comentarios”, explica Rodrigo Santos, Jefe de Comunidad de La Nación Digital, uno de los sitios donde, a través de un sistema de regulación con filtro de palabras, un equipo de moderación y un reglamento que regula la vida online, se intenta contener la violencia de los nuevos ecosistemas mediáticos.
En estos espacios, los principios de confidencialidad y protección de información personal, como los que rigen en sitios como Clarin.com, con uno de los caudales más intensos de tráfico online, son otro elemento vital para comprender la lógica del comment como nuevo intercambio ciudadano. “La información proporcionada por el usuario está asegurada por una clave de acceso a la cual sólo el usuario podrá acceder y de la cual sólo él tiene conocimiento”, especifican las normas del sitio. Pero fijar reglas en la Web no es una tarea sencilla. En tanto espacio donde los sentidos son reelaborados por sus propios receptores y devueltos a la voracidad semiológica de la Web, los comments son también un campo de batalla simbólico. “Los comentarios aportan en medidas variables y son cruciales porque implican que tu contenido generó reacciones en la audiencia. Si hay, se revisan (aunque no necesariamente se moderan) y muchas veces sirven para aportar datos o correcciones. En soychile.cl, por ejemplo, al tratarse de un sitio muy local, muchas veces el comentarista vio de cerca la noticia y añade información valiosa”, dice José Kusunoki, responsable del Area Digital de Medios Regionales del Grupo El Mercurio, en Chile.
Basta recorrer el tenor de muchas de las intervenciones de los comentaristas en sitios de noticias, redes sociales o blogs, para comprender hasta qué punto esos aportes se definen bajo una violencia y un anonimato de proporciones tóxicas. Pero también hasta qué punto esa anónima toxicidad puede resultar útil y productiva.

“Trolls” y cibermilitantes
“En los tiempos que corren, los medios no pueden darse el lujo de rechazar la participación de sus lectores en las noticias. El lector no sólo ingresa en el diario a informarse, sino que también participa activamente de las noticias. Es decir, aprovecha los enormes foros de comentarios para expresar su postura frente al acontecimiento relatado”, dice Santiago Radice, Editor de Redes Sociales del sitio de Clarín. “Su relato puede servir al periodista para completar una noticia. O hasta pueden ser el puntapié inicial para arrancar una investigación. Lamentablemente, dentro de comunidades tan grandes es muy común encontrarse con los famosos trolls , que no hacen otra cosa que ‘participar’ de la noticia insultando y atacando con spam al medio y a sus lectores”, explica.
Aunque la violencia del comment resulte uno de sus epifenómenos más visibles, otras fuerzas ya han mediado con éxito su valor en el sistema. Se trate de la facción que se trate, en un contexto donde los nativos digitales engrosan cada vez más electorados, la política partidaria ya no puede pensarse sin vectores como la cibermilitancia –silvestre, voluntaria o rentada–, del mismo modo que el mercado no puede pensar sus campañas de marketing sin infiltrar su voz allí donde el foro delibera, lucha, discute y define sus consumos.
A la hora de pensar los alcances de una ley que controlara la libertad de intervención de los usuarios, sin embargo, la verdadera incógnita sería la figura del troll , nombre bajo el cual se categorizan los comentaristas más virulentos –Maestros Jedi de la disrupción y el anonimato– y padres del verbo inglés to troll , que podría traducirse como destruir una charla.
“La Web se está transformando en una red de plataformas de comportamientos e interacciones conectadas entre sí, no en nodos de contenidos controlados. En su forma más básica, esto se expresa con una edición amateur y expansiva a través de distintas redes sociales. Los medios no son editables por la audiencia, pero deberían tomar ese camino. Abrirse, no cerrarse”, concluye Pablo Mancini, autor de Hackear el periodismo .
Disruptivo, violento y anónimo, el troll es aquel que finalmente disputa aquello que se presenta como verdad, extendiendo sus fronteras y vulnerando su aspiración a instituirse como discurso inapelable. Pensada en esos términos, ¿cuáles podrían ser los efectos de una legislación que clausurara nuestras posibilidades de disentir?

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