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domingo, 19 de mayo de 2013

El ángel. Daniel Vidart

Autoras/es: Daniel Vidart
(Fecha original: 1984)*
Fueron muchos días y muchas noches
de tormenta.
Las aguas caían
semejantes del Diluvio del Génesis
y cuando todos creían
que nunca dejaría de llover
amaneció la uva transparente
de una increíble mañana.
En las ramas de un árbol
del parque,
venida no se sabe de dónde,
temblaba bajo el sol un ave
maravillosa.
Los vecinos madrugadores
la descubrieron y miraron
como se mira a un pájaro
pero era un ángel
Un ángel
del tamaño de una paloma
con el rocío del Paraíso
mojando sus alas entreabiertas
y en su cuello brillaba
el polen de los cielos altísimos.
Las gentes del pueblo
lo contemplaron con asombro
y los pobres de espíritu
amados por Jesús,
se arrodillaron y lo adoraron y le preguntaron
por las almas perdidas en el espacio,
por los jardines de los otros planetas,
por las alondras del lucero vespertino,
por el ojo verde de Aldebarán.
Llegaron los niños
y le cantaron las mañanitas del Rey David,
llegaron las muchachas
y como Ruth le tejieron guirnaldas de violetas,
llegaron los viejos
y le ofrecieron un nido de algodón.
Pero el ángel no contestaba,
no desplegaba sus labios de miel resplandeciente,
no movía sus alas de arena congelada.
Al mediodía
los cazadores se enteraron
de la llegada de un ave maravillosa
y marcharon hacia el parque
con las armas al hombro.
Miraron al ángel
con ojos sagaces educados por el águila,
con ojos agudos afilados por la pólvora,
con ojos veloces de mortal puntería.
No es un ángel dijeron,
es un pájaro raro
y nada más que un pájaro.
Entonces
amartillaron sus escopetas
y le dispararon al medio de la frente,
al pecho vestido de lino,
a la nuca con polvillo de durazno,
y le brotó una sangre semejante al oro,
y sus plumas volaron como mariposas
y cayó de la rama
como caen los verdaderos pájaros.
A la una en punto
lo cargaron en un costal,
al filo de las cinco
lo desplumaron con agua hirviente,
a la seis campanadas de la tarde
lo metieron en el horno
y a la hora de la cena
se santiguaron y rezaron
y se lo comieron con arroz y cebollas.

Daniel Vidart

* Del libro Tiempo de Dinosaurios, Bogotá, 1984

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