En Pizarras y Pizarrones hemos desarrollado un trabajo de campo cuyo objetivo es analizar las preferencias en lecto-escritura de nuestros lectores, así como las nuevas formas de enseñanza y aprendizaje. Les hemos pedido su colaboración para completar una pequeña encuesta anónima que como máximo les insumiría 10 minutos. Agradecemos su participación! La encuesta cerró el 31-08-17 y en unos pocos días publicaremos sus resultados...

sábado, 20 de julio de 2013

El libro de los abrazos. Eduardo Galeano: El vendedor de risas

Autoras/es: Eduardo Galeano
(Fecha original del artículo: 1987)
El vendedor de risas

Estoy en la playa de Malibú, en el espigón donde hace medio siglo el detective Plillip Marlowe encontró alguno de sus cadáveres.

Jack Miles me seńala una linda casa, a lo lejos, a lo alto: allí vivía el hombre que abastecía de risas a Hollywood. Hace diez años, Jack pasó un tiempo en esa casa, cuando el abastecedor de risas decidió marcharse para siempre.

La casa estaba toda tapizada de risas. Aquel hombre se había pasado la vida recogiendo risas. Grabador en mano, había recorrido los Estados Unidos de cabo a rabo, al revés y al derecho, en busca de risas, y había logrado reunir la mayor colección del mundo.
Había registrado la alegría de los niños jugando y el alborozo gastadito de la gente ya vivida. Tenía risas del norte y del sur, del este y del oeste. Según se le pidiera, podía proporcionar risas de celebración o risas de dolor o de pánico, risas enamoradas, aterradoras carcajadas de espectros y risotadas de locos y borrachos y criminales. Entre sus miles y miles de grabaciones, tenía risas para creer y risas para desconfiar, risas de negros, de mulatos y de blancos, risas de pobres y de ricos y de mediopelos.

Vendiendo risas, risas para cine, radio y televisión, se había hecho rico. Pero él era un hombre más bien melancólico, y tenía una mujer que de una mirada quitaba a cualquiera las ganas de reír.

Ella y él se fueron de su casa de la playa de Malibú, y nunca más volvieron. Se fueron huyendo de los mexicanos, porque en California hay cada vez más mexicanos que comen comida picante y tienen la maldita costumbre de reír a las carcajadas. Ahora ellos viven en la isla de Tasmanla, que es por allá por Australia, pero más lejos.